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  • Benjam n Arditi por su parte ha desarrollado

    2019-05-07

    Benjamín Arditi, por su parte, ha desarrollado parte de su obra en diálogo con y contra Laclau. En lo que nos ocupa, en una extensa reseña de La razón populista, Arditi repara en la triple sinonimia de populismo, hegemonía y política y, además, lanza un conjunto de observaciones agudas. Al igual que Sebastián Barros y Gerardo Aboy Carlés, señala el escaso desarrollo de la noción de plebs desde una perspectiva rancieriana y propone rescatar el populismo GSK503 partir de tres modalidades “con respecto de la política democrática moderna: como un modo de representación, como un síntoma, y como un reverso”. Arditi objeta, además, el tratamiento de la figura del líder que hace la teoría al diluirlo en un significante (un nombre pero que además es el nombre de alguien). Asimismo, otro de los puntos problemáticos se origina a juicio de Arditi en el tratamiento del proceso de articulación de demandas y la producción de un discurso estable (y una subjetividad popular) que no se desarrolla e invisibiliza otros modos de acción política emancipatoria. Francisco Panizza ha desarrollado una agenda sobre la relación del populismo con la democracia en gran medida a partir de los trabajos de Laclau. El autor propone atender cuatro dimensiones involucradas en la teoría del populismo: la retórica, la forma de representación, la política y lo normativo. En tanto la dimensión retórica es insoslayable, el autor, de origen uruguayo, propone referir a “intervenciones populistas” por parte de estrategias de ciertos líderes que pueden ser articuladas en diferentes momentos antes que buscar actores o regímenes definidos como populistas. La retórica populista, como intervención, está involucrada en el intento de representar al pueblo (versus un enemigo/adversario) y, como tal, parte de la política, mientras que la relación entre populismo y democracia no puede establecerse a priori y dependerá de cada contexto. Sin embargo, Panizza hace el intento (como a su modo Barros) de incluir la normatividad en el esquema formal de Laclau. El populismo no sería, entonces, la articulación de cualquier demanda sino aquella que tematiza “la equidad” como siendo violada ya sea en su dimensión política (hay parte no representada) o su dimensión socioeconómica (hay parte que no recibe su parte) activando así la función redentora del populismo. Gerardo Aboy Carlés, de un modo similar a Benjamín Arditi, ha enfocado su diálogo con Laclau a partir de discutir la noción de hegemonía. Al igual que Barros, sus contribuciones provienen de poner en práctica el andamiaje teórico para el estudio de procesos políticos (en su caso las identidades políticas radicales y peronistas en Argentina). En un trabajo de 2005, Aboy Carlés recupera los argumentos de Laclau contra la crítica de Carlos Vilas y define al populismo como “un mecanismo específico de gestión de la tensión entre la afirmación de la propia identidad diferencial y la pretensión de una representación hegemónica de la sociedad”. Así, el populismo expresa esa tensión entre ser un espacio de construcción hegemónica con potencial democrático y devenir de hegemonismo como expresión de un cierre excluyente en torno a secondary immunity un pueblo particular (cuando la plebs pretende ser populus y niega la existencia legítima de otras partes de la comunidad). El populismo sería, entonces, un modo específico de trabajar esta tensión entre lo particular de una identidad política y su contenido universal (o su devenir hegemónico). Esta tensión entre una dimensión de ruptura y una fundacional es una de las causas de la relación compleja (aunque no contradictoria) entre populismo y democracia (o populismo e instituciones). La dimensión de reinstitución del populismo se soslaya, para Aboy Carlés, en favor del acento por la dimensión rupturista del populismo en la teoría de Laclau. Es evidente que Laclau no ignora la dimensión de reconstrucción del orden por parte del populismo pero, a juicio de Aboy Carlés, lo concibe como el modo de realización de la plebs en el populus de manera tal que lo vuelve “peligrosamente autoritario”. Si como plantea el autor, el populismo es una forma inestable de negociación entre una plebs (que no siempre es la misma) y el populus, las consecuencias sobre la democracia serían contingentes. Javier Balsa, de algún modo al contrario de Aboy Carlés, le objeta a Laclau cierta pérdida de radicalidad en el intento de transformar la plebs en populus. Para Balsa, si hay una pérdida de la frontera antagónica (un intento de incluir al antagonista), entonces la construcción de un pueblo se vuelve imposible y con ello se pierde potencial de radicalidad en las transformaciones sociales. Lo que se juega en el debate son dos consecuencias de la teoría para la política. La mayor intensidad de la frontera interna del antagonismo es funcional a una política más radical en tanto mantiene la diferencia interna sin espacio de reconciliación. La búsqueda del devenir populus implica una forma de representación de la totalidad funcional a mayor pluralismo. Las fronteras, por supuesto, son históricas e inestables.