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  • Cabe mencionar que en despu s

    2019-05-21

    Cabe mencionar que, en 2005, después de diez años de trabajar en la Universidad de Pittsburgh, espacio de gran relevancia para la gestación de las antologías analizadas, Moraña se trasladó purchase KU60019 la Universidad de Washington en St. Louis, donde, hasta la fecha, pasó a fungir como profesora y directora del Departamento de Estudios Latinoamericanos. Al analizar la cantidad e importancia de las publicaciones que Mabel Moraña ha coordinado o editado, no podemos dejar de reconocer su capacidad de convocatoria, su talento para dialogar con distintas vertientes intelectuales y el papel fundamental que ha desempeñado en el debate intelectual y la producción de conocimiento desde y sobre América Latina. Una reflexión más sistemática sobre el tenor de las antologías que coordinó aún está por hacerse.
    Una última palabra Los ires y venires en la discusión sobre la relevancia y pertinencia teórica de los ecl han caracterizado el debate entre distintos grupos de intelectuales latinoamericanos, que cuestionaban su lugar en los circuitos académicos internacionales y su producción teórica en relación a un contexto sociopolítico determinado que los interpelaba. El análisis realizado sobre las antologías aquí propuestas, muestra que no es posible negar la importancia del “lugar de enunciación” para la proyección y mantenimiento de determinadas visiones teórico-epistemológicas. Esto es particularmente significativo cuando América Latina es el lugar desde y sobre el que se enuncia. La diferencia entre hablar desde y hablar sobre representa la adopción de una postura no sólo académica, sino también político-ideológica. Decidir entre ambas opciones ha hecho que la discusión sobre los ecl se organice en grupos con grados de influencia variables, definidos por condiciones materiales (sobre todo de financiamiento) y geográficas específicas. Las antologías han fungido como un espacio fundamental para entender las discusiones teóricas, los interrogantes y debates -no siempre armónicos— que surgen para responder a un desafío epistemológico en un momento histórico específico. La forma en la que las antologías aquí mencionadas organizaron y han orientado los debates, las elecciones sobre quiénes fueron y se han mantenido como las voces autorizadas para abordar ciertos temas, la manera en la que se han propuesto y se siguen proponiendo los ejes temáticos, entre otros aspectos, dan cuenta de los distintos modos de construcción de conocimiento por parte de las y los intelectuales latinoamericanos que están en constante tensión con los centros hegemónicos de producción de conocimiento, pero también entre ellos mismos. En el caso de los ecl estos distintos modos también reflejan relaciones de poder, jerarquías y “modas” teóricas que pueden dialogar o bien oponerse de manera evidente.
    La labor crítica que se desarrolla en los diversos países del continente americano, desde finales de los años sesenta hasta finales de los años ochenta, está centrada principalmente en dos cuestiones. La primera, la conceptualización genérica del testimonio que lo considera ubicado en un espacio interdisciplinar, donde se hallan ámbitos tan dispares como la literatura, la historia, la antropología, las ciencias sociales y el periodismo. La segunda, la búsqueda de una definición lo suficientemente amplia como para cobijar las distintas modalidades de escritura del testimonio. Este esfuerzo crítico, en algunas ocasiones, como es el caso, por ejemplo, de Elzbieta Sklodovska, se acompaña de un cuestionamiento sobre los conceptos que emplea la crítica para comprender la emergencia de esta forma de escritura —siguiendo la propuesta arqueológica de Michel Foucault—. Dicho en otras palabras, algunos estudios incluyen una suerte de metacrítica que avanza en lo que será la tendencia crítica del testimonio en los años noventa, sobre todo, la que se ejerce en universidades de Estados Unidos por intelectuales vinculados al análisis de la política latinoamericana como John Beverley. Cabe decir que las aproximaciones críticas al género —o modalidad discursiva, como considera parte de la crítica— del testimonio abordan, a pseudopodia medida que crece el interés por este fenómeno, muchos otros aspectos de los que aquí no se da cuenta: el ensayo de Beatriz Sarlo, Tiempo pasado: cultura de la memoria y giro subjetivo, analiza la paradoja que se crea entre los años ochenta y principios del siglo xx, ya que el testimonio parece dotarse de una autoridad que le había sido sustraída a la historiografía, esto es, los relatos de la memoria acaban fagocitando al análisis histórico, según la teórica argentina, escritos con una exhaustividad y un rigor que no pueden encontrarse en los discursos forjados desde la memoria personal —que es también parte de la colectiva— como se encuentra en el testimonio. Asimismo, Jaume Peris, quien centra sus primeros libros en el testimonio de la dictadura militar chilena, destaca las aporías que se generan desde la narración misma, hecha desde un cuerpo que asegura haberse vaciado de subjetividad a causa de la tortura y el dolor infligido durante el terrorismo de Estado. Estos estudios abren nuevas líneas en las que, insisto, aquí no se profundiza, por limitarme solamente al trabajo de aquella parte de la crítica que centró su empeño en encontrar una definición para el nuevo género —o no tan nuevo— que parecía despertar el interés de los lectores por las vivencias que había procurado el contexto histórico convulso de los años sesenta a los ochenta en Latinoamérica.