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  • Expresi n de la complejidad

    2019-06-26

    Expresión de la complejidad de esta articulación de los movimientos de la región en este proyecto es, además, la gestación —de forma paralela Ki8751 of los cms, desde 2009— de la Articulación Continental de Movimientos Sociales hacia el alba, cuyo punto de partida es la “Carta de los Movimientos Sociales de las Américas”, aprobada durante el Fsm en Belén, 2009. En un posicionamiento dual respecto a la política institucional, en este documento se sostiene y reafirma, por una parte, “la autonomía de los movimientos populares en relación a los gobiernos”, a la vez que se plantea “desde esa autonomía establecer una relación desde los movimientos, con los gobiernos que promueven el alba”. Por un lado, se subraya su plena autonomía como actores colectivos para la definición de sus objetivos y formas de organización y de lucha y, por otra parte, se llama a impulsar las acciones concretas de construcción del alba (por ejemplo, programas de salud y alfabetización). Si bien la Articulación reconoce la importancia de los cms y comparte con éstos un carácter antiimperialista y antineoliberal, así como los valores de justicia social, igualdad, libertad y una auténtica emancipación y soberanía, aquélla se define desde la independencia respecto a este, precisamente porque se considera un proceso de carácter más autónomo. Los movimientos que integran la Articulación se reconocen, junto a determinados gobiernos de la región, como antagonistas de las administraciones y sectores que en América Latina proponen un proyecto de integración basado en la hegemonía del mercado. Pero, al mismo tiempo, se consideran “un salto propositivo” y “un espacio más amplio de integración de los sectores populares del hemisferio”, a través del cual pueden tener “un papel cada vez más protagónico en los cambios que acontecen en nuestra región”.
    CONCLUSIONES En mayor o menor medida, estas tres posibles estrategias gubernamentales muestran que, si bien los movimientos sociales asumen su politicidad, dada la novedad de su enfoque sobre lo político y el cambio social, en las relaciones entre estos actores colectivos y la política institucional —incluida la que se autoposiciona desde la centro-izquierda—, subyace una marcada tensión. Esta conflictividad remite a lo que —tomando como referencia las nociones propuestas por Castoriadis— se podría denominar lo social instiyutente y lo político instituido. Esto conlleva a que, desde este último, se asuma —incluso en gobiernos considerados progresistas— una perspectiva de los movimientos sociales centrada en la conflictividad —y focalizada en una lógica de oposición con estos—, en lugar de una comprensión de estos actores desde la convergencia, en tanto que agentes de cambio social. Además de trascender desde una comprensión de los movimientos centrada en la oposición hacia otra basada en su condición de agentes de cambio social, la articulación entre estos actores sociales y los gobiernos considerados progresistas requiere, por un lado, considerar a los primeros como actores de una interpelación permanente de las estructuras y acciones gubernamentales y su reconocimiento parte del Estado como “actores prioritarios para el desarrollo de políticas públicas” y, por el otro, superar la “guetización” asumida por algunos movimientos como derivación de la autonomía. Frente a ambas perspectivas, se trata de entender que los movimientos sociales se ubican en el borde —y no al margen— de la política institucional, lo cual supone una posición inherentemente conflictiva. Ello, sin embargo, no implica la eliminación de las tensiones. Los movimientos sociales se consideran elementos de interpelación permanente y su relación con los gobiernos estará condicionada siempre al compromiso con —y realización efectiva de— transformaciones estructurales, indispensables para el cambio social. Por consiguiente, estas interrelaciones entre socialidad instituyente y política instituida deben ser entendidas desde una dualidad simultánea de espacios de diálogo y acciones de resistencia, sobre la base de un encuentro de realidades (y de perspectivas de la realidad) inherentemente conflictivo.